Los orígenes del diseño se remontan al desarrollo de civilizaciones anteriores que configuraban sus propias herramientas, recipientes, ropa u otros objetos para satisfacer sus necesidades básicas. De esta forma, el diseño como actividad no se puede entender como una actividad reciente.
La función del diseñador no es fabricar objetos, sino que su trabajo reside en el procedimiento previo de pensar ideas, organizarlas, analizarlas y elaborar modelos y prototipos. Entre otras de sus responsabilidades también ocupa un lugar importante la comunicación. Es decir, comunicar e informar a los operarios correspondientes cuál es su intención, su idea a convertir en forma, en objeto.
Como profesión, el inicio del diseño comienza a surgir con el objetivo de reformar y mejorar los primeros objetos industriales que resultaban estéticamente desagradables, convirtiéndose en 1945 en una profesión por derecho propio. Con el paso del tiempo, el concepto de estética ha ido evolucionando, adaptándose a distintos movimientos o periodos que han influido en la configuración del diseño tal y como lo conocemos en la actualidad.
Así pues, a lo largo del gran periodo industrial destacan personalidades que comenzaron a rechazar las limitaciones impuestas por el Arts&Crafts y empezaron a diseñar para la gran industria, como Christopher Dresser y su tetera para James Dixon and Sons, o, más adelante, Henry Ford, con su eficiente método de producción y un diseño más atractivo de los vehículos.
El concepto de crear objetos útiles y agradables empieza a aflorar en diseñadores como Dresser o Ford, que aunque nacieron en décadas diferentes, contribuyeron a buscar un equilibrio entre funcionalidad y belleza, tanto en pequeños objetos de uso doméstico como en vehículos.
No obstante, en muchas ocasiones la búsqueda de este equilibrio se convierte en un difícil punto de debate. ¿Se debe primar lo funcional sobre lo bello?, ¿Cómo llegar al perfecto equilibrio?
En un principio lo ornamentando se concebía como la esencia de lo bello y se ignoraba el concepto de utilidad y practicidad. Un claro ejemplo es el salero diseñado por Benvenuto Cellini en 1540-43, considerado el mejor trabajo de orfebrería del Renacimiento italiano, que aunque cumplía con su cometido, tenía una función más simbólica que práctica. De esta forma, el ornamento del salero y distrae de lo esencial a pesar de cumplir con su función.
Siglos más tarde, comenzó a surgir una nueva tendencia estilística (S.XX), el funcionalismo, que primaba la sencillez de la forma sobre el ornamento. El diseño no desarrolló primero una teoría del funcionalismo: a la inversa, se desarrolló un estilo en reacción a estilos decorados y elaborados como el Art Nouveau.
Pero, ¿hasta qué punto debe lo bello predominar en el objeto? En el movimiento posmodernista se argumentaba que la abstracción geométrica ligada al modernismo había deshumanizado al diseño ya que primaba el funcionalismo y el racionalismo.
Un claro ejemplo es el exprimidor Juicy Salif de Philippe Starck. Un diseño arriesgado e innovador que rompió con todos los esquemas pero que a la hora de su puesta en uso no resultaba demasiado útil, a contraposición, por ejemplo, del Citromatic de Dieter Rams en el 72. Starck configura su diseño desde un punto de vista conceptual, dotándolo de personalidad y convirtiéndolo actualmente en el blanco de muchos coleccionistas.
En la línea posmodernista de Philippe también destaca el grupo Memphis, integrado pordiseñadores vanguardistas y radicales que produjeron diseños ‘neopop’, y causaron una gran sensación con sus obras atrevidas, arriesgadas y sin precedentes. Es de esta forma como el posmodernismo supuso un punto de inflexión en el diseño, en el que las formas geométricas se entremezclaban casi al azar para crear obras estrafalarias.
Todos estos procesos de movimientos y periodos han desembocado en el diseño contemporáneo o actual, en el que incluso lo estético prima sobre lo funcional. Una etapa en la que el minimalismo confluye con estilos recargados, en la que los gustos abarcan la infinidad de posibles diseños.
Los diseñadores tienen que trabajar partiendo de la base de que la mayoría de sus clientes prefieren adquirir algo acorde a sus gustos, rechazando, incluso, aquellos objetos que son funcionales pero que no son equiparables a sus cánones de estética.
En definitiva, el diseñador debe ser un camaleón y adaptarse a la demanda, a los movimientos, configurando diseños innovadores, diferentes y llamativos, que a la vez cumplan su debida función.